Desde el 28 de julio, el latido de mi corazón y se que el de muchos venezolanos lleva un nombre y una sola palabra: Venezuela. En medio de este proceso post-electoral, siento que es crucial compartir cómo nos afecta, a los más de 8 millones que dejamos nuestro hogar en busca de un futuro mejor, el profundo desarraigo y la frustración que nos invade.
Después de cada elección en Venezuela, la esperanza se desmoronaba. Sin embargo, en esta última elección presidencial, después de mucho, desde afuera pudimos ver y hasta sentir el impulso de votar, de defender el derecho al voto y las ganas de trabajar por el cambio. Pero, muchas veces, la realidad nos quiere arrebatar esas ilusiones. La frustración se vuelve tangible cuando los resultados no cumplen con nuestras esperanzas, cuando el futuro prometido se desvanece, y cuando el abrazo de nuestros seres queridos parece aún más distante.
Para nosotros, los venezolanos en el exilio, esta frustración se convierte en una carga adicional a las ya numerosas dificultades que enfrentamos al adaptarnos a un nuevo país. Cada noticia de Venezuela, cada análisis político, cada cambio en la situación de nuestra patria, resuena con un eco de impotencia en nuestras vidas diarias. Leí hace días (y decido creerlo) que María Corina es como el profesor en la casa de papel y siempre tiene una carta bajo la manga y yo confío en que así será.
Aunque no lo crean… La distancia no reduce nuestra conexión emocional con nuestras raíces; al contrario, intensifica el dolor de la separación y la tristeza de ver a nuestro país en decadencia.
Adaptarse a una nueva cultura y construir una vida desde cero en otro país es un desafío inmenso. Encontrar nuestro lugar y formar un hogar lejos del que dejamos atrás tiene sus propias complejidades. La resiliencia se convierte en nuestra mayor fortaleza. Cada día, tratamos de equilibrar la tristeza por lo que dejamos atrás con la determinación de hacer de nuestro nuevo hogar un lugar en el que podamos prosperar. El sueño americano, en su esencia, representa esos pequeños logros que alcanzamos con esfuerzo y constancia, logros que sabemos que en Venezuela (al menos para mí) hubiera sido inalcanzables, por más que me esforzará.
A pesar de la frustración, es fundamental recordar que somos parte de una comunidad venezolana vibrante y fuerte. Nuestro compromiso con nuestras raíces y nuestro deseo de ver a Venezuela libre nunca se desvanecen. Desde el exilio, nuestra tarea más importante es amplificar las voces de quienes en Venezuela no pueden hablar por miedo a represalias, amenazas y torturas. Es nuestra manera de defender el voto de quienes participaron y alzaron la voz por todos aquellos que no tuvimos la oportunidad de hacerlo.
Como inmigrantes, nuestras voces tienen un valor inmenso. Nuestras historias y esfuerzos contribuyen a crear una conciencia más profunda sobre la realidad de Venezuela y su gente. La frustración que sentimos no debe ser un impedimento, sino una llamada a la acción para seguir luchando por un futuro mejor, tanto para nosotros como para quienes aún están en casa.
Seguimos firmes hasta el final, con esperanza y determinación. La victoria es nuestra, y todos lo sabemos. Nunca olvidemos que, a pesar de las dificultades, el amor por nuestro país y el deseo de verlo florecer siguen siendo nuestra mayor motivación.
Finalizo con una pregunta que debes hacerte a ti mismo y también es para quienes los últimos años han hecho eco de que los venezolanos que ingresan a los Estados Unidos en busca de asilo no tienen una razón sustentable para realizar la solicitud. ¿qué ha pasado con los que están presos, muertos o heridos SOLAMENTE por pensar distinto al dictador?